Cambio falso maestro de karate y bushido, en estos momentos en la cárcel de Miami, por negro pinguero del barrio de Cayo Hueso y los muelles de la Habana. Pago fianza y pasaje de ida de Miami a La Habana al falso karateca que además de tarrú me salió pendejo, y pasaje de Cuba a Miami, al pinguero. El muy hijo de puta me sale ahora que el me había dicho que era cara-ate ( o sea que me salía caro lo que se comía) y que yo entendí mal, que el no era bushido, sino buchito (de café). Trámites por la agencia de Aruca y palanca para conseguir tarjeta blanca de Max Lesnick.
Llamar Inmundo García, "la tarde se mueve" y yo muevo el culo también.
Si no saben mi teléfono preguntarle al japonés Emilio Pichi Corto, que es la traducción al español de Ichi (picha) y kawa (corto).
Necesito hoy pedir perdón a mi familia. A mis dos hijos (ya que me han separado de ellos por algún un tiempo). Que deseo lo mejor para ellos y por eso siempre he luchado, aún en la peores condiciones económicas en estos últimos años. Quiero que estudien. A mi hija que regrese al colegio y deje un poco la internet. Que ayude más en la casa.
ReplyDeletePido perdón también al individuo que agredí sin una razón lógica sino la soberbia. Y a los policías que insulté, desobedecí y confronté, que estaban haciendo su trabajo y de noche, mientras se perdían la pelota de Grandes Ligas.
Igualmente extiendo este ruego de perdón a toda persona o institución que de alguna manera se haya sentido ofendida conmigo alguna vez (que son muchas, de un lado y del otro en tantos años). Muchas veces me excedí en mi manera de ser. En mi forma de criticar, de opinar, de expresar algo.
Debí ser mejor hijo, mejor hermano, mejor amigo, mejor estudiante, mejor compañero, mejor colega, mejor vecino, mejor ciudadano, mejor padre y mejor esposo.
No soy esa persona que creen ni mucho menos un solitario. Me gusta compartir, joder y cantar con los demás. Creo haber sido generoso con los que han tenido menos que yo y justo con los que han tenido más. Y nunca he envidiado nada.
Pero así como en el cine un actor interpreta un papel, en la realidad virtual he creado un estilo, al menos en la blogosfera cubana.
Ya es tiempo de ser quien soy. Y pasar la página.
Cuando tenía 9 años de edad maté un perro, por gusto. Y lo llevo todavía en mi conciencia. Por eso luego he tenido perros y los he cuidado como hijos. También solía romper flores y desbaratar plantas sin ningún motivo. Por tanto después siempre cultivo una planta en un búcaro donde quiera que viva.
De la misma manera espero tratar, de ahora en adelante, mejor a todos los seres humanos.
Nadie en el mundo se merece una frase despectiva o de burla. Ni aún un enemigo de cualquier índole. Si nos ponemos a la altura de nuestro enemigo, no somos mejores sino iguales, sólo que en nuestra mente creemos tener la razón. Y las razones se comparten, se dividen, se fraccionan. Porque nadie tiene la razón absoluta. Como tampoco la verdad absoluta. Creérselo es signo de ignorancia, no de conocimiento.
La única manera de demostrar superioridad es tratar de ser inocente. La inocencia desmistifica e inferioriza cualquier otra característica humana. Quien ataque a un niño ya pierde en el momento mismo de atacarlo. Porque la inocencia del niño no se percata de la magnitud y la intención del ataque. Entonces uno no está atacando nada.
El fin único personal no es llegar a ser alguien excepcional o superior, sino ser tal y como somos.
Y siempre he tratado de liberarme de una vida condicionada, de un pensamiento comparativo. Sólo éso me ha podido dar felicidad... nada más, ni el dinero, ni las posesiones, ni los manjares, ni las bebidas, ni cualquier lujo. Es que todo lujo se define siempre con respecto a otro, porque a la verdad, el lujo más grande que tenemos es nuestra vida si nos paramos en el medio de un cementerio.
Los quiero a todos por igual. Y ojalá, mirando mi drama, puedan sacar experiencias a su favor. Todos podemos ser un poco mejor a partir de hoy.
La cuestión es decidirlo. Y hacerlo en este día...
mañana no ha llegado todavía y nadie sabe si llega.
Sinceramente,
José Varela